viernes, 25 de mayo de 2018

La historia de todas las esperas


  • Todos estábamos a la espera
    • Autor: Álvaro Cepeda Samudio
    • Tapa blanda: 175 páginas
    • Editor: Editorial Popular; Edición: 1 (2005)
    • ISBN-10: 8495920123
    • ISBN-13: 978-8495920126



Y en esperar que pasen los tres años, el tiempo nunca pasa.
Juan Rulfo

A la mañana, al salir a trabajar, un hombre se sienta en el único banco que hay en el paradero de buses a esperar. Piensa en la cama desordenada y tibia que acaba de dejar, en el remedo de café que tomó y las migajas que dejó sobre la mesa para que un gato merodeador las devore parsimoniosamente. El bus se demora y el hombre comienza a desesperar. Se imagina que llega tarde a su trabajo, que tiene su maletín frente a él tomado con ambas manos como si le pesara bastante, tiene su sombrero puesto porque del susto no se lo quitó y ahora su jefe, mientras lo reprende por su retraso le pide que se lo quite para poder verlo a los ojos, que vea en sus lentes oscuros su propia miseria. Sin abandonar su maletín lo pone entre sus piernas y humillado se quita su sombrero estropeado por el viaje en el bus. Sus cabellos se desordenan y una gota de sudor se resbala por la oleaginosa mejilla. El hombre no quiso ducharse porque temía que el bus pasara y él no estuviera allí cuando lo hiciera. Teme que su jefe se dé cuenta de su incipiente hedor. Va a su cubículo. En su casa dejó algunas cosas que debía traer: los ganchos para su grapadora, un borrador de nata manchado, su sombrilla, y piensa en dónde dejó cada cosa: los ganchos están en el cajón de en medio de su mesa de trabajo; tiene varios borradores metidos en un frasco sobre la mesa, todos a medias, limpios, pero él usa el manchado; la sombrilla está junto a la puerta, había permanecido en la bañera todo el fin de semana y en la madrugada, cuando se levantó por una sed repentina, salió de su habitación, por el corredor miró hacía el baño y creyó ver que había un hombre agazapado en la bañera, en cuclillas, haciendo quién sabe qué cosas, el mismo hombre que veía de niño en todos lados: bajo la cama, afuera, en los árboles y que le golpeaba la ventana. Pero ya era un hombre, vivía solo, y el hombre que veía se había ido cuando él entraba en la pubertad. Entró al baño a oscuras y tomó la sombrilla por el bastón, intentando cerrarla, tropezó y se mojó su pie izquierdo con el agua que quedaba aún en la bañera. Lanzó un juramento y sacó bruscamente la sombrilla, la dobló y la tiró hacía la puerta. Unas horas después frente a la ducha, recordó la sensación fría del agua en su pie que acentuaba el recuerdo de su gruesa media de algodón mojada, y su pretexto para no bañarse fue entonces la premura del bus por dejarlo esperando en el paradero. Y allí estaba, temprano en la mañana esperando el bus y aún no pasaba, tampoco había llegado tarde todavía. Hubiera podido dormir otro rato…

Ese mismo hombre piensa luego en otra cosa, cuando está en el bar, sólo que en el bar no dice que se trata de “él”, sino de “nosotros”. No está en su trabajo y no tiene que echarse solo la culpa, en el bar puede hablar de nosotros, como un miembro devuelto al seno de la humanidad. El hombre se junta con nosotros a esperar. Álvaro Cepeda Samudio, dice que esta vez espera a alguien, a una mujer, que sabe que en cualquier momento va a llegar y no pueden irse. Entonces van a la misma hora, a veces sin plata entonces ponen solo una canción para esperar a que llegue, se acaba la canción, se van y vuelven al rato. Una vez el dueño que ya los ha visto por ahí, dice que pueden tomar lo que quieran, entonces ya no tienen que irse, pueden quedarse y tomar un trago. Otro tipo llega a esperar al bar. Sin haberle preguntado, dice que también espera, que desde hace un tiempo está esperando, que lloró una vez y que ahora espera. Y mientras lo ven esperar, de reojo apenas porque él todavía no es uno de nosotros, el hombre recuerda a Madeleine, el café que le dio en la estación del tren cuando se estaba quedando dormida, queriendo quedarse con ella, o irse con ella. Esperando en el bar llega Madeleine a pedir a nosotros que no la esperen más, y está bien. Madeleine está ahora esperando en la calle a que pase el bus.

A veces nosotros son sólo 2 nomás: Vladimir y Estragón, que esperan a un tal Godot que nunca llega, pero que puntualmente manda a uno de sus criados a avisar que no va a venir pero que mañana sí lo va a hacer, que lo esperen. Y lo esperan.

Eligio García Márquez escribió Para matar el tiempo. Y es el mismo hombre, que espera una mujer, la hija del dueño de medio mundo en Cartagena; una mujer a la que ve partir. Y esperando espera que su vida cambie; sus amigos se emparejan, pelean, unos se van. Y él se queda esperando, oyendo discos y leyendo, que son vicios del que espera.

La literatura es la historia de todas las esperas. No quería decir más, pero algo tenía que decir mientras esperaba, lector, a que llegaras hasta aquí.


Por :
Carlos Pérez


3 comentarios:

  1. ¡Hola!
    Hace algun tiempo que sigo tu blog, y he decidido nominarte en el LIEBSTER AWARD.

    http://miradalectora.blogspot.com/2018/06/nominacion-liebster-award.html
    ¡Nos leemos!

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  2. Muy bien! Hacer esperar en buena ora.
    Gracias :)

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  3. Hola, formo parte de la iniciativa seamos seguidores y ya te sigo, saludos desde kiwybooks.blogspot.com

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